ELLA
Una gorra para cubrir las canas que ni los tintes enmascaran. Tan negra como era su pelo demasiados años atrás. Relieves de expresión en la frente que muestran el paso de la vida, los surcos de la senectud. Las cejas casi imperceptibles, tan elevadas como arqueadas, reflejando el entusiasmo de una visión. La ilusión en la mirada. Ojos grises bien usados y muy vividos, con un gesto de antigüedad y pestañas invisibles, a juego con las estrías que adornan toda la parte superior.
Mejillas sonrojadas, casi avergonzadas, una nariz puntiaguda y chiquita, que asoma buscando un poco más de sol. Los labios imperceptibles dejan entrever unos dientes tan perfectos, blancos y puros, como su corazón. La sonrisa compañera de los ojos por donde se deja escapar el anhelo de algo mejor. El mentón redondeado, respingón que culmina toda la parte inferior.
Hilos grises que cubren los oídos en un tirabuzón infinito, como cuerdas que te atan a la vida, como los cabos del barco al amarre con el que busca mantenerse fijo, inmóvil, resistente. Del cuello cuelgan los auriculares del nieto, con los que escucha los boleros de antaño, las coplas pasadas y con los que lucha, torpemente, por hacerlos funcionar cuando el vástago no está.
La camiseta tan moderna como el pendiente que asoma entre los deshilachados cabellos, reflejando su capacidad de adaptación, sus ganas de estar en el presente, recordando lo pasado con el hilo musical. Ella y su tez morena, su gesto amable, su sonrisa sempiterna.
Así la recordaba él cuando la vio por última vez.
Foto de Lee Murry