INFANCIA
Y en un paseo, viajar al pasado. De parques con pelotas, de quedar sin necesidad de múltiples mensajes, de saber que al día siguiente, a las cinco, estarán todos puntuales. Niños corriendo y jugando, sin necesidad de más. Ni miles de juguetes, ni cachivaches imposibles, ni yo tengo más que tú, ni quiero lo que tú tienes.
Tan solo sus cuerpecitos pequeños corriendo tras un balón, sin diferencia de ellas o ellos. Juntos.
— Ahora soy yo la portera — dice la pequeña mientras sostiene el balón.
— Bueno, vale. Pero al tercer gol me pongo yo — contestó el más mayor.
Y entonces llega la merienda y, entre palitos con hummus, zanahorias troceadas y pan integral con aguacate, destaca el sandwich de Nocilla de Javier. Todos protestan menos él. Refunfuñan pidiendo lo mismo, se quejan de su mala suerte y le envidian por tener aquel manjar.
Con las barrigas llenas y algunos deseos poco satisfechos vuelven a jugar. Al pilla pilla, el escondite, la comba o las canicas. Nada de pantallas, nada de batallas. Dando ejemplo de juegos en equipo, de tardes infinitas, de diversión.
Mientras en los bancos, sentados y descuidados, esperan sus padres a que acabe el juego. Sin charlar, ensimismados en aplicaciones y chats. Conversaciones simultáneas con los dedos que no llegan más allá.
Ella, saca su sandwich repleto de chocolate, y ríe mientras les mira. Y sabe que está en el mejor lugar.