EL ENCUENTRO

EL ENCUENTRO

La vida te regala unas casualidades que cuesta creer que sean ciertas. Esa fue la conclusión que sacó David tras la conversación con aquella desconocida con la que compartía mesa en el tren camino a Barcelona.

—¿Teóloga? ¡Que profesión tan interesante! ¿Cómo llegaste a eso? —preguntó David mientras se acomodaba en su asiento.

—Si, la verdad que nunca fui realmente creyente y todo lo que hice en mi vida relacionado con la religión fue siempre por costumbre. Dicen que me bautizaron, aunque yo nunca vi una foto. Debe ser verdad porque pude hacer la comunión sin problemas, sin estridencias también y sin tener una mini boda como las que tienen los chicos de ahora —comenzó Elena a relatar—.

—Sé a lo que te refieres. Hace poco fuimos a una y… ¡madre mía! —añadió David.

—Así que, después de pasar tantos años rezando dos veces al día, siguiendo las costumbres de aquel colegio concertado, rancio, manido y gestionado por curas, salir al instituto resultaba una aventura fascinante. Poder encaminar mi destino, empezar a elegir por mi y encauzar lo que luego sería mi futuro. Resultó abrumador a la vez que emocionante —prosiguió Elena—. Podía elegir entre las asignaturas optativas y eso ya era un paso a mi ansiada libertad. ¿Religión? ¿En serio? Después de pasarme la EGB rezando, participando del miércoles de ceniza, belén viviente en navidad, penitente en semana santa… estaba claro que no iba a optar por Religión. La alternativa propuesta, Ética, se mostraba antes mis ojos como una novedad tan llamativa que apenas dudé en marcar la “x” al rellenar el impreso, pero, en aquel momento, recuerdo que alguien por detrás pregonó un intenso y rotundo “Ni se te ocurra. No puedes perderte al mejor profesor que vas a conocer nunca”.

—¡Vaya! ¿Y le hiciste caso? —preguntó él con curiosidad.

—¿Qué iba a hacer si no? La maldición de la religión me perseguía ahora en forma de profeta que me instaba a elegirla y darle una última oportunidad —continuó explicando Elena— . Fue tan tajante en sus pocas palabras que cambié mi decisión. No rechisté. Asumí que la religión y yo estaríamos para siempre unidas. Y el curso comenzó. Dentro de toda la novedad, lo cierto es que sentía especial curiosidad por conocer a “mi mejor maestro” en palabras de aquel desconocido. Y así fue, Salvador se presentó ante nosotros, risueño, amigable con su pelo blanco alborotado y sus ojos achinados. Lo primero que hicimos fue una meditación.

—¡Qué interesante y qué distinto a las clases de religión! Seguro era un tipo peculiar,  ¿no? —añadió David con recelo.

—Desde luego que lo era. Muy peculiar —contestó Elena—. Así que cuando acabó la primera clase mi cabeza iba a explotar. ¿Qué era todo eso? ¿No nos iba a soltar la chapa de Jesucristo, los apóstoles, la cena y todo lo demás? El NO fue tan rotundo que todavía, tantos años después, sigo escuchando el eco de aquella “o” en mi cabeza.

— Y, entonces, ¿Qué aprendíais en clase? —cuestionó David con ganas de indagar más sobre el curioso maestro.

— Pues, paseamos por el budismo, nos introdujo en el islam, nos adentramos en el hinduismo, el chamanismo, la religión tradicional china y el judaísmo. Pena que el curso no diera para más. Aquello fue una vuelta al mundo a través de las religiones y, cuando ya estaba por acabar el curso, nos invitó a volver al siguiente curso para profundizar en las ya conocidas y descubrir alguna nueva —prosiguió Elena con su discurso—. Incluso recuerdo que el empollón de la clase le preguntó en más de una ocasión si no íbamos a estudiar nada sobre el cristianismo y a eso Salvador siempre contestaba con lo mismo:

“De eso, ya sabéis mucho ya”

— Pues no le faltaba razón al maestro, desde luego —añadió David arqueando la ceja derecha.

— Si así que, gracias a aquel paseo por las religiones, descubrí que todas comparten la base fundamental de amar a los demás y hacer el bien, que no importa el nombre o apellido que le pongamos porque todas se basan en el amor y que la leyenda detrás de cada una de ellas es el cuento que subyace a la historia principal —dijo ella con tono cariñoso—. Aquel primer curso de religión cambió mi perspectiva y mi visión del mundo. Me hizo acercarme a cada una de las propuestas que nos hizo y me dio las herramientas para profundizar en eso que me había perseguido toda mi niñez. Fue tan revelador que, unos años más tarde, me aventuré a estudiar Teología, a viajar por múltiples países para conocer de primera mano las manifestaciones de sus religiones y me abrió los ojos a una realidad que había estado oculta durante demasiado tiempo.

— ¡Ostras! Pues si que te influyó. Me encanta tu historia, Elena —comentó David con añoranza.

— Salvador me ayudó a descubrir mi pasión, a investigar y profundizar en los recovecos más desconocidos de las religiones y mostrarlos al mundo para que todos pudieran ver, tan claro como yo, que el cristiano centrismo en el que vivimos es solo una falacia —prosiguió Elena—. Y, al final, terminé fundando la actual Asociación de Teólogos e hice de la religión, más bien, de las religiones mi vida. Ahora, solo me queda encontrar a la persona que se me acercó y me dijo: “Ni se te ocurra” porque esa frase marcó mi vida.

Y en ese momento, David, con ojos llorosos y la voz entrecortada comenzó a hablar.

— ¿Sabes? Mi padre es profesor de religión. También hizo de la religión su vida y siempre me contaba que en sus clases nunca hablaba del cristianismo porque sus alumnos sabían más que él sobre ello — comenzó David a relatar—. Estoy viajando a Barcelona para despedirme de él porque su momento está llegando. Solo me queda invitarte y, como te dije aquella vez: “ni se te ocurra decirme que no”. Debes despedirte del mejor profesor que has conocido nunca.

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2 comentarios en «EL ENCUENTRO»

  1. Casualidades que marcan toda una vida… A veces la vida te da sorpresas y te presenta personas increíbles, dónde nunca imaginarias…

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