EL ABOGADO

EL ABOGADO

Anton Chigurh era imponente. Alto, fuerte, serio. Muy serio. Además, era impasible e insensible. Lo demostró en el relato de cada uno de sus asesinatos cuando, en la cárcel de máxima seguridad, la ADX Florence en Colorado, el abogado John Donovan se encontró con él.

No gesticuló y apenas pestañeó en la hora y media que estuvieron reunidos. Miraba tan fijamente a los ojos que conseguía desconcertar a todos y su serenidad al hablar hipnotizaba como lo podía hacer Jeff Toussaint, el hipnotizador más famoso del mundo, en una de sus sesiones. Asustaba con su sola presencia y su voz, de ultratumba, te congelaba. No saludó. Fue al grano.

Para encontrarse con él, John necesitaba preparar el caso y documentarse, pero la tarea no fue fácil. Averiguó que acababa de cruzar el umbral de los treinta años y tenía estudios universitarios. Nada más. No tenía pasado. Ni siquiera pudo encontrar qué había estudiado. Así que se centró en los crímenes que había cometido: un agente novato, un varón de unos sesenta años, cuatro mexicanos en un motel de las afueras, el agente Wells y una chica de veintiocho años. Ocho personas en menos de una semana. La condena más probable: cadena perpetua.

Le habían pagado para poder minimizarla pero, ni la artimaña más rebuscada del abogado más reputado, podría salvarle del resto de su vida en la cárcel. Aislado por la seguridad de todos los demás.

Teniendo en cuenta el poco éxito de su indagación solo le quedaba reunirse con él, a pesar de todas las recomendaciones de sus colegas y agentes de policía, para poder entender sus motivos, comprender el caso y buscar una forma de librarle de lo inevitable. La única condición que le puso el funcionario de prisiones fue que firmara un consentimiento obligatorio de exoneración de cualquier responsabilidad sobre lo que ocurriera antes, durante y después de acceder a las instalaciones. No se andaban con chiquitas.

Anton entró a la habitación. Su boca se secó y las manos temblorosas manoseaban los documentos que había colocado meticulosamente encima de la mesa. No debía haber peligro, pero solo tenerlo tan cerca, daba escalofríos.

— Buenos días, señor Chigurh. Soy John Donovan. Estoy aquí para ayudarle y conseguir un buen acuerdo con el ministerio fiscal. —  se presentó el abogado.

— No deberías perder tu tiempo.

El objetivo de la conversación era entender los motivos que le llevaron a tanta muerte y, contra todo pronóstico, algo pudo sacar de sus palabras

— La vida es injusta y yo actúo en consecuencia — relató Anton. —  Nunca recibí la compasión de los que estaban a mi alrededor y ahora no pienso regalarla. Ahora, después de todo, nadie puede molestarme y, mucho menos, entrometerse en mi camino.

— ¿Y cuál es tu camino? ¿A dónde quieres llegar? — preguntó el abogado.

— Habla con propiedad. A donde quise llegar querrás decir, porque desde aquí, salvo que seas mago o te mate, no voy a llegar a ningún sitio — contestó con total frialdad.

La posibilidad de morir en aquella habitación, a manos de un tipo que tenía todas las extremidades de su cuerpo encadenadas, parecía cada vez más cercana. La adrenalina seguía subiendo, pero John no podía dejar a medias lo que había ido a hacer.

— Entonces, ¿a dónde querías llegar? —  repitió intentando mantener la voz calmada.

— Nunca tuve un objetivo. Un fin en la vida. Solo me dejé llevar por las circunstancias y ellas me han traído hasta aquí — contestó fríamente Antón.

—¿Y cuáles son tus circunstancias? Soy el mejor abogado que puedas tener. He ganado los casos más difíciles y, si me dejas ayudarte, saldrás de aquí antes de lo previsto — mintió como buen abogado.

— Empecé matando por dinero. No me gustaba, pero era dinero rápido y fácil. Además, sé que soy bueno. Luego encontré la satisfacción del poder. El saber que soy yo el que decide sobre tu vida. Eso si me gusta. Así que lo mezclé todo y ahora soy un asesino a sueldo. La vida me ha traído hasta aquí y ya no sé hacer otra cosa. Ahora te puedo matar por dinero o porque me estés molestando y tú nunca podrías saberlo. Cualquiera que se interponga en mi camino será aniquilado — contestó el asesino.

Su relato, con la voz tan profunda, heló al abogado. La forma tan contundente de expulsar palabras hizo que no quisiera terminar aquella reunión porque había un halo de misterio que le atraía. La sensación era de un miedo agradable en la que sabes que lo vas a pasar mal, pero no quieres que acabe porque te puede la curiosidad.

— Continúa, por favor, tengo que ayudarte y debe encontrar algo en ti para sacarte de aquí. — añadió John.

— Ya es tarde. Sé que la única eximente es el arrepentimiento y eso no entra en mis planes. Algunos de los que maté no lo merecían, lo sé, pero me estaban entorpeciendo. Otros me molestaban directamente. Cada uno tuvo su merecido. Como yo lo he tenido siempre. —  seguía contando Anton. — Estás perdiendo tu tiempo y me lo estás haciendo perder a mí. Me estás empezando a molestar y… ya sabes lo que pasa…

— Bueno titubeó el abogado — como te digo yo te escucho y estoy aquí para ayudarte…

Mientras el abogado balbuceaba la forma de convencer a su cliente, para conocer más en profundidad su pasado, supo que su vida pendía de un hilo cuando, en un movimiento brusco y seguro, Anton Chigurh se levantó de la silla y se dirigió hacia él.

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