LA HUIDA

LA HUIDA

Los malos presagios se empezaban a cumplir. La rutina se acababa para ellos y todos los que estaban a su alrededor. El sonido del despertador por la mañana había sido sustituido por las alarmas antiaéreas que alertaban de un ataque inminente. Ahora, no era necesario elegir la ropa escrupulosamente para ir a trabajar. Solo necesitaban algo cómodo para bajar al refugio que, entre todos los vecinos, habían habilitado en el parking del edificio.

Esos vecinos que apenas conocían, a pesar de llevar un lustro viviendo allí, ahora se habían convertido en compañeros de una lucha que no entendían. Cada uno aportó lo que pudo. Colchones en los que poder acomodarse, muchas mantas con las que combatir el frío que se impregnaba en cada hueso, juegos con los que entretener a los pequeños y sobrellevar las horas que pasaban lentas y comida con la que hicieron una despensa común. La vida había cambiado en cuestión de días y debían de tomar una determinación porque nada vaticinaba que la situación pudiera mejorar. Todo lo contrario.

Andrei y Halyna colocaron sus pocas pertenencias en la esquina que les habían asignado y, entre dientes,  planificaban la forma de salir de allí.  Solo les quedaba huir. Habían tomado la decisión y se sentían en la necesidad de compartirla con todos los demás para organizar una escapada conjunta. Intentar poner a salvo a mujeres y niños porque los hombres tenían prohibida la salida del país, teniendo en cuenta el decreto de la ley marcial que había hecho el presidente Zelensky.

Las noticias decían que el corredor humanitario más seguro era el de Mariúpol y, por suerte, era el que más cerca tenían. Las opciones eran autobuses que las autoridades habían puesto a disposición de los que querían huir o usar el coche particular. Optaron por la segunda opción para que Andrei pudiera pasar la mayor parte del viaje con ellas y luego volver a Donetsk, ciudad de la que partían, para unirse a las milicias e intentar defender su país. Su hija Larysa apenas entendía nada en sus seis años de vida y solo obedecía las instrucciones de sus padres con una responsabilidad poco propia en niños y que nace en las situaciones más duras.

A la mañana siguiente comenzaron el viaje. Eran cinco en el coche. Andrei conducía e intentaba mantener la compostura mientras esquivaba el paisaje de destrucción que les acompañaba. Halyna entretenía con canciones populares y juegos a su hija y a Myroslav, el hijo de los vecinos que habían decidido unirse a la hazaña de salir del país. Su madre, Krystyna, se enjugaba las lágrimas que derramaba por tener que dejar a su marido en aquel parking y al que no sabía si volvería a ver con vida.

El viaje se hizo eterno para los tres adultos y, cada uno a su manera, intentaba adornar y mejorar para que los niños sufrieran lo menos posible. Y cuanto más se acercaban al destino, más presente se hacía el silencio entre ellos. El miedo a lo desconocido y la certeza de que nada volvería a ser como antes les iba enmudeciendo y solo el sonido de las voces de los niños, que ajenos, jugaban y se reían, les daba un poco de esperanza.

Al llegar la situación era sobrecogedora. Repleta de mujeres y niños desorientados y sin rumbo. Mochilas y maletas. Colas interminables de personas que buscaban una salida. Una vida nueva. Un futuro lejos de bombas y destrucción. Avanzaron hasta el límite donde Andrei ya no podía continuar.

Se bajaron del coche y comenzaron a repartir mochilas y maletas. Los niños ya no reían. La situación les había superado y, ahora, solo miraban atónitos a su alrededor preguntándose qué estaba pasando y a dónde viajaban. Andrei fue el único que pudo mantener la entereza y, con delicadeza, les explico que era hora de partir de la ciudad para que pudieran estar seguros y a salvo. Halyna y Krystyna se abrazaban en un intento de darse la fuerza necesaria para emprender una nueva vida, juntas y unidas por la misma causa.

Cada una agarró a su hijo y se pusieron en la cola del autobús que les llevaría a otro país, a otra vida que nunca habrían imaginado mientras Andrei se dirigía de nuevo al coche lanzándoles besos y promesas de un reencuentro. Ahora todo era llanto. Halyna sujetaba con fuerza a Larysa que intentaba escaparse de su mano para salir tras su padre. Krystyna abrazaba con intensidad a Myroslav y le repetía sin cesar “todo va a salir bien” con la intención de autoconvencerse de que habían tomado la decisión correcta.

La vida se había interpuesto en los planes y era el momento de plantarle cara a las vicisitudes y luchar por un futuro distinto a lo planificado. Ahora, ellas eran las únicas responsables de recomponer la vida que les habían destrozado.

 

**Primera participación en el Concurso Voces de Ucrania 

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