LO QUE NUNCA TE DIJE

LO QUE NUNCA TE DIJE

Derrumbada en el sofá. La melena azabache recogida en un nudo imposible y restos de rímel en las mejillas mientras las ojeras, que la acompañan desde hace seis años de forma más intensa, quieren asomar entre el maquillaje mal quitado y las marcas de expresión que cada día nota más profundas. El color tostado de su piel se va desdibujando en un septiembre infinito en el que se atropellan las reuniones laborales y escolares en una agenda imposible. Al fondo, la americana colgada en el perchero y el maletín en el suelo desde donde grita incesantemente recordándole que todavía tiene que encenderlo y terminar los últimos informes para el juicio que tendrá lugar en menos tiempo del que desearía. Su primer juicio como abogada, por fin. 

Frente a ella, incansable, juega Guille en su manta preferida, la del suelo, desde donde viaja a mundos imposibles, en la que conquista castillos, imagina amigos y tiene conversaciones interminables que gustan, asombran y agotan con la misma intensidad. Su pelo rubio, alumbra el salón como una lámpara incandescente tanto como ilumina su vida y le recuerda, a cada momento, que la mitad de sus genes son desconocidos. Sus manos rechonchas trastean con dos muñecos que hablan sobre el cole y lo divertido que ha sido el recreo hoy. 

— Mamá, nadie quiere jugar conmigo y me aburro — protestó el pequeño con ahínco. 

— Cariño, son más de las  nueve y ya es hora de dormir. No de pensar en jugar. 

— Ya, mamá pero yo me aburro siempre — insistió.

—¿Cómo va a ser eso si tienes de todo? Si esta casa parece una juguetería… 

Suspirando, contó todos los cachivaches que había en el suelo, en la mesa del salón y, al fondo, observó la caja vacía que colocó en la esquina del salón para que sus juguetes no se apropiaran de cada rincón de la casa, con poco fruto. Se encontró con los ojos color cielo que, frunciendo el diminuto ceño, se rebeló contra ella. 

—Aunque haya muchos juguetes, yo me aburro. 

— Pues a ver, ¿Qué quieres ahora para no aburrirte? 

— Mamá, no quiero juguetes. Quiero gente. 

— Pero si tienes mucha gente alrededor. Me tienes a mi, a la Tata, a los abuelos.

— Ya, pero sois todos muy viejos. Yo quiero gente como yo. 

— Mi vida, te lo he dicho muchas veces. Esta casa es de dos. Tres son multitud. 

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