DESEO CUMPLIDO
Necesitaba ese café, tanto como sentarse. Lo pidió en barra y le hizo un gesto a la camarera haciéndole saber que se sentaría en la mesa del fondo. Después de todo lo que le había pasado aquel miércoles solo necesitaba descansar, entrar en calor y, a ser posible, desaparecer.
— ¡Quién pudiera ser invisible! — pensó por un momento.
A los pocos minutos, la camarera le dejó en la mesa el café acompañado de una pequeña galleta y la cuenta. Lidia odiaba esas cafeterías en las que no habías tomado la consumición y ya te estaban invitando a abandonarla, pero fue la primera que encontró en su camino antes de volver a casa. Y con la cafetera rota allí, no le había quedado otra que parar y hacer acopio de la cafeína que su cuerpo reclamaba.
Mareaba el café mientras repasaba todo lo que le quedaba por hacer. Pasar por el supermercado para llenar la nevera, recoger en Correos el paquete que llevaba días esperando, comprar lotería para tentar a la buena suerte porque, de la mala, ya iba bien servida.
Le dio un primer sorbo, que le supo a gloria. Sintió que se reanimaba un poco. Su cuerpo se desentumecía y su cabeza se despejaba de preocupaciones y tareas pendientes. Un segundo buche y se diluyó en la atmósfera del bar en el que solo se escuchaban los murmullos de otros clientes, el traqueteo de vasos y cucharillas y el zumbido de la cafetera al fondo que no cesaba. Parecía que su cuerpo se desvanecía y, por un momento pensó si aquello solo sería café.
— No tiene sentido que tenga otra cosa. Nadie va a una cafetería a drogar a otra persona. — murmuró mientras miraba el interior de la taza intentando encontrar algo distinto.
Absorta en ese pensamiento, notó que una pareja se sentaba en su mesa. Con ella. Sin pedir permiso o dar explicación alguna. Coqueteaban y charlaban animadamente, ignorando que Lidia estaba allí, así que carraspeó haciéndose notar para que eligieran otra mesa y la dejaran allí tranquila con sus pensamientos. Ni caso. No se inmutaron.
— Perdonad, ¿os importaría cambiaros de mesa? — preguntó de forma contundente.
La chica miró a ambos lados mientras Lidia se quedaba petrificada viendo como no se inmutaban. Seguían con el jugueteo de manos, los arrumacos y besos que le hacían sentir tan incómoda.
— Por favor, ¿podríais dejarme sola? La mesa está ocupada. — insistió elevando el tono.
En este caso ambos se callaron momentáneamente. Fruncieron el ceño y retomaron su actividad amorosa mientras la camarera les dejaba sus refrescos en la mesa, junto con la cuenta.
— ¡Perdona! — le dijo a la camarera — En esta mesa estoy yo y me gustaría seguir estando sola. ¿Puedes buscarle una mesa a estos tortolitos?
La camarera se giró buscando algo y, con una mezcla de cansancio y hastío, se dirigió a una mesa que se acababa de desocupar y comenzó a limpiarla. A pesar de que la camarera no le había contestado imaginó que estaba limpiando aquella mesa para recolocar a los enamorados y que ella pudiera seguir disfrutando de su café, que estaba empezando a enfriarse.
Nada pasó. Ni la camarera volvió a hablar con aquellos, ni los amantes hicieron gesto alguno para dejarla sola. Nada tenía sentido.
— Solo quiero tomar un café tranquila — gritó encolerizada.
Nadie la oyó, nadie la vio, nadie notó su presencia. A ella le costó tiempo entender que su deseo se había cumplido.
Disparador creativo: 365 retos de escritura. Actividad 78. Mujer se convierte invisible cuando bebe café.