DESPEDIDA
Un parpadeo y esquivó una última mirada. Bajó la cabeza y salió de la habitación. No hubo más. Evitó volver a cruzarse con ella mientras recogía todas sus cosas de la casa. Se encerró en el baño y, ahogando el llanto en la primera toalla que pilló a mano, lloró un río por ella. Sentía el corazón hecho pedazos, las ilusiones destrozadas y el futuro tan incierto que la aterrorizaba.
El temor a la soledad, los planes más cercanos que se quedaban en la idea y no en el hecho, los proyectos futuros que sentía cada día un poco más cerca y que ahora se desvanecían con cada cajón que escuchaba vaciar. Se enredaban entre camisetas y pantalones como se enmarañaban las ideas en su cabeza. Y cada minuto se hacía más pesado que el anterior. Parecía que el tiempo se hubiera pausado esperando una última palabra, que la esperanza se colara por la rendija de la puerta como lo hacía el haz de luz del salón.
Pero eso no llegó. Como tampoco llegó ella a aquella cena sorpresa semanas atrás, o al viaje tan planificado como idealizado y que se convirtió en un completo desastre en el hotel más lujoso de la capital. No hubo besos, ni arrumacos, ni flores, ni bombones, ni tan siquiera un brindis por las dos. Y los días pasaron entre reproches y mentiras, entre los «te quiero» añorados y los deseos ignorados.
Con el último portazo la historia se acabó y llegaba el momento más suyo. Tan sola, tan necesitada, tan vacía. Ahora tocaba la reconstrucción.
Disparador creativo: separación