A SOLAS
Sola. Así se encontró al despertar en el vagón, cuando todavía tenía los ojos casi pegados por la siesta tan profunda que se había regalado. A través del cristal solo podía ver la calma menos habitual de una estación de tren. Nada. No había ruidos de otros ferrocarriles, ni trasiego de maletas, ni pasajeros, ni azafatas ofreciéndote un refresco o algo de comer. La nada más absoluta. Y ella.
— ¿Qué clase de broma es esta? —pensó Lorena.
Por la cabeza se le pasaron varias ideas que fue descartando según se estiraba, se acomodaba y comprobaba que, tal como parecía, estaba sola. Con más miedo que ganas decidió investigar porque seguro debía quedar por allí algún revisor, alguien de limpieza o el responsable de comprobar que en el vagón número ocho, en el asiento 6B había una chica dormida.
Con la luz de la estación alumbrando pudo ver que no había nadie. El tren parecía sucio. Se ve que ser el último del día debía significar que el servicio de limpieza pasaba a primera hora. En el primer baño, el olor intenso de horas acumulado a puerta cerrada la empujó hacia atrás. Siguió caminando hasta el vagón cafetería y comprobó que no había quedado ni una migaja que comer. Su estómago protestó por ello.
Pensó en avisar a alguien pero la aplicación con música relajante que se puso horas atrás había gastado hasta el último porcentaje de la batería de su móvil. Sin energía aquel tren era una lata. Una cárcel en la que permanecer unas horas más. Sin entretenimiento decidió volver a su asiento e intentar dormir.
— ¡Joder! ¡Me va a matar de un susto! ¿Qué hace usted aquí? —le dijo el revisor que entró puntual en el tren a las seis de la mañana.
**Relato escrito para los retos de Ludus