ENCONTRONAZO

ENCONTRONAZO

 

 

ELLA

Fue aterrador tomar la decisión de salir de casa y acabar, por fin, con aquella pesadilla. Después de casi una década sufriendo su presencia, viviendo en una farsa y sabiendo que, más pronto que tarde, aquello iba a acabar y, con seguridad, mal.

No sabía dónde ir, ni cuáles debían ser los pasos para comenzar de cero. Cambiar de ciudad no era una opción porque lo único seguro que tenía era mi puesto de trabajo al que, además, debía acudir al día siguiente. Es lo que significó actuar sin planificar. Podría haber pedido unos días libres, refugiarme en casa de alguna amiga, pensar con frialdad y tomar decisiones acordes a la situación que se me presentaba, pero no. Fue un impulso, una necesidad, un fuego interno que se me encendió con las últimas sílabas de aquel insulto… “..ta»… Este «ta», que podía parecer la primera palabra de un bebé, se convirtió en la sílaba que me despertó del letargo en el que había estado sumergida.

Todos me decían lo mismo: «vales mucho», «acaba ya con eso», «vete y no mires para atrás», pero llevarlo a cabo era asumir que había estado equivocada tantos años, auto engañándome, excusándole, soportándole y minimizando cada uno de los golpes, físicos o emocionales, que me daba. Nadie me cogió de la mano y me sacó de allí, ninguno fue valiente y me acompañó en el proceso porque es mucho más fácil hablar sin conocimiento de causa y no involucrarse mucho por si acaso te afecta. No les guardo rencor, a fin de cuentas, era mi vida y siempre había proclamado que no me gustaba que se metieran en ella.

Hoy, pasados los años, todo se ve desde otra perspectiva y parece que fue un mal sueño que me cuenta otra persona, mi conciencia quizás. Llevo tanto tiempo sin él como el que estuve con él y la vida me ha regalado en estos diez años muchas lágrimas, mucho miedo y una nueva “yo” a la que nadie pisa, que lucha contra las injusticias y que no permite que alguien pase por algo similar a lo que yo pasé. Pero en todos estos años no le he visto, afortunadamente, y eso me ha dado mucha paz mental porque no verle es no sufrirle, no vivirle, no recordarle.

ÉL

Nunca pensé que tuviera las narices de hacer lo que hizo y, finalmente, dejarme. Fueron casi diez años de vivir en la lucha interna de querer quererla y querer matarla, según el momento del día, y para mí fue, en el fondo, una liberación que se marchara. Íbamos a acabar mal. La tenía completamente sometida a mi merced y, aunque sabía que aquello no estaba bien algo dentro de mí me hacía sentir bien cuando me notaba en la posición de superioridad sobre ella.

No supe qué hacer ni dónde esconderme cuando volví a casa y vi que no estaban ni ella, ni sus cosas. Si se le ocurría ir a la policía, la cosa se iba a poner muy fea para mí. Hacía unos días de la última paliza, pero no recordaba bien si fui lo suficientemente cuidadoso como para que no le quedaran la muestra de mis golpes. Sabía dónde y cómo tenía que hacer daño para que no quedaran marcas visibles pero… si se le ocurría denunciar, la examinarían y… aquella última vez… Quizás ese último encuentro fue la gota que colmó su vaso y, entonces, comenzó a planificar su huida.

La única salida que encontré fue huir. Me marché de la ciudad, solo a unos 50 kilómetros, porque allí tenía oportunidad de trasladarme en el trabajo y contar la milonga de que había decidido romper la relación con ella y necesitaba cambiar de aires, pero tampoco quería estar muy lejos de ella. Todavía necesitaba controlarla y saber qué estaba haciendo con su vida, así que, casi a diario, la seguí vigilando para saber dónde vivía, con quién quedaba y cómo era su día a día sin mí.

Supongo que sus múltiples visitas a la psicóloga le ayudaron a pasar página, a olvidarme y a rehacer su vida con aquel guiri que la visitaba esporádicamente. Gasté mucho dinero en pelucas, gorras y alquileres de coche para poder seguirla sin que me reconociera. En alguna ocasión pensé que me había descubierto y, si fue así, nunca se me acercó.  Pasé de ser un maltratador a un acosador en el que mi única obsesión era ella y su nueva vida en la que se le veía tan feliz.

Supe que el problema lo tenía yo. Fue aquella sonrisa que le dedicó al rubiales en el portal cuando me di cuenta que ella había pasado página, que no existía en su vida y que yo seguía anclado al pasado y que lo había hecho durante los siguientes cinco años. Algo interno cambió en mí y decidí buscar una solución. Encontré ayuda, hice terapia, acudí a sesiones grupales de hombres como yo e invertí todo mi tiempo y esfuerzo en conseguir ser un nuevo yo, en entender mi dualidad y que el ángel ganara al demonio interno que me llevaba a hacer tanto daño, que hacía que mi cabeza solo pensara en ella, que atormentaba mi mente con esa obsesión.

Después de 5 años con todo eso solo me quedaba un último paso, presentarme ante ella, a pecho descubierto y decirle aquello que, como buen cobarde, nunca tuve el valor de decirle. Así que decidí presentarme ante ella, en su trabajo, en el supermercado. Elegí una mañana de sábado para así poder ocultarme en el bullicio, di mil vueltas por los pasillos buscando sin buscar nada, llené un carro de naderías y me armé de valor. Comprobé que estaba en la caja y que no tendría más remedio que atenderme porque no iba a tener tiempo de reaccionar una vez estuviera delante. Hacía de nuevo uso de mi poder sobre ella y me aprovechaba de aquella situación en la que ella estaría obligada a tratarme como un cliente más.

LOS DOS

La hora punta del supermercado y tuve la sensación de que era el 48 de la fila y ella lo sabía, pero no. Solo tres clientes más y yo jugando a ocultarme tras sus espaldas para que no hubiera posibilidad de ser reconocido y que pudiera esquivarme. Dos clientes delante de mí y empecé a ordenar la compra en el carrito con la cara vuelta para que, ahora más cerca, no me viera. Un cliente y ya la situación era inminente. Casi podía oler el perfume que por las noches rociaba en mi cama para sentirla cerca. Su esencia no la había cambiado. Cero clientes. Era mi turno.

— Buenas tardes, señorita. Voy al grano. Lo siento mucho, por todo. El horror que te hice pasar no tiene nombre ni perdón. No merezco ni tu mirada, ni tus palabras, ni que pierdas un segundo de tu vida conmigo. Ya te hice perder demasiado tiempo y eso lo llevo sobre mi espalda. Solo necesito pedirte perdón y darte las gracias por abandonarme porque, es por eso, que hoy soy otra persona. Si aquel día no me hubieras dejado, hoy tú no estarías aquí, y yo tampoco. Es por ello que te quiero, porque me has hecho ser mejor persona desde el momento que te alejaste de mí.

— Buenas tardes, señor. Me ha costado muchas horas de terapia poder olvidarte y con tu sola presencia aquí siento que se ha ido todo al traste. No puedo perdonarte porque tanto dolor solo merece mi desprecio. Ahora solo puedo odiarte porque, otra vez, vuelves a herirme en lo más hondo de mi ser con tu sola presencia. Has vuelto a jugar sucio, me has acorralado donde no tengo escapatoria porque no has tenido nunca la valentía de enfrentarte a la realidad tal y como se merece. Este no es el sitio adecuado para que sueltes este monólogo vacío y desde luego tampoco es el momento porque ahora, diez años después, había conseguido ser feliz. Aléjate y no vuelvas nunca. Desaparece para siempre de mi vida.

ELLA

              Tuve un mal presentimiento cuando vi en la cola del supermercado a aquel hombre que se revolvía y revolvía la compra de forma repetitiva sin orden ni concierto. No podía ser. Ahora no. Empecé a ponerme nerviosa e, instintivamente, posé la mano sobre la alarma porque pensé que él venía a terminar aquel trabajo pendiente.  

              Lo tenía delante de mí y no tenía escapatoria. Los mismos nervios hicieron que pulsara el botón del pánico que estaba allí para poner en alerta a seguridad cuando había algún robo o detectábamos algún sospechoso. El botón no funcionó al igual que mi cuerpo. Me congelé. Sentí que aquello sería lo último que viviría en mi vida, que venía a ajustar cuentas y que no había nadie que me pudiera ayudar.

              Escuché sus palabras y no conseguía entender que me estaba diciendo porque solo podía fijar la mirada en sus ojos y vigilar de soslayo si de sus manos asomaba algún tipo de arma. Ni siquiera recuerdo qué le dije, pero lloró. Nunca le había visto llorar y aquella imagen me impactó.

ÉL

              Ya nada tiene sentido. Mi plan perfecto no era tal y solo he conseguido destruir lo que ella en este tiempo ha ido construyendo. ¿Cómo pude pensar que esto era una buena idea? ¿Por qué, lucifer interno, siempre te sales con la tuya? ¿A quién debo acudir para acabar con esta tortura? Por más que lo niegue estoy seguro que solo me queda una salida para que este sufrimiento pare. Soy un ser inmundo. No merezco vivir.

Relato presentado al reto literario de https://relato48.com/

Si te gusta, comparte

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *