VERANO DEL 64
Me estreno con un relato que escribí hace un año para el VI edición del concurso de relatos Marbella Activa, donde la temática era «los años 60» y se recomendaba que estuviera ambientado en Marbella.
VERANO DEL 64
Recuerdo las vacaciones de verano del 1964 como si fuera ayer y ya han pasado casi 55 años. Eran años complicados de libertades ya que la dictadura franquista se encontraba en su auge, pero también años fructíferos en los que la sociedad española se transformó. Y con ella, yo.
Tenía entonces 14 años recién cumplidos y mis padres, gracias al crecimiento inaudito que tuvo su negocio cerca de la Plaza de San Esteban en Segovia, habían organizado un viaje a la playa como nuestras vacaciones de verano. La Costa del Sol como destino y Marbella nuestro hogar por uno días. O eso pensaba yo.
Así que salimos el 22 de agosto bien temprano por la mañana puesto que nos quedaban muchas horas de coche y carretera por delante. Habían oído que era la «Semana del Sol» en Marbella, una ciudad costera en Málaga, en plena costa del Sol y de la que todas las semanas aparecían noticias en el ¡Hola!, Lecturas o en la revista Ama. En aquel momento pensé que serían unas vacaciones normales, pero con el tiempo comprendí el esfuerzo que mis padres hicieron para alojarnos en el Hotel Skol, en primera línea de playa e inaugurado pocos años antes, y darnos los mejores días de nuestra vida y lo importante que fue aquel viaje para mí.
Mis padres, mi hermano y yo viajamos en un Seat 600 que habían comprado hacía un año, lo cargamos con una maleta llena de lo indispensable para disfrutar de un descanso en familia. A pesar de que fue un viaje interminable, lo vivimos con la ilusión de visitar una ciudad por primera vez y de bañarnos en el mar, cosa que ni mi hermano ni yo habíamos hecho nunca.
Después de varias paradas en el camino para repostar y descansar nos acercábamos a lo que entonces de conocía como «carretera de la muerte». Y tras cruzar Benalmádena, Fuengirola llegamos a Marbella, «un sitio especial para gente especial”, como decía el cartel de una conocida agencia inmobiliaria de la zona, de esas que años más tarde, inundaron toda la costa.
Entramos al moderno hotel y, mientras mi madre deshacía maletas y demás menesteres, yo me dirigí al balcón y, creo, que en ese momento supe cuál era mi objetivo en la vida: Marbella. Si, ya sé que con 14 años no se tienen objetivos en la vida o, por lo menos, no es lo habitual, pero en mi caso fue así. Lo que sentí al mirar a través del balcón de la habitación se podría entender como un flechazo: amor a primera vista al mar, al paseo que discurría a lo largo, que no a lo ancho, a los espigones y a los puertos que podía ver desde la habitación. El olor, no puedo olvidar el olor a mar que me ha acompañado en mi vida desde entonces. Fueron unos días inolvidables y puedo decir, sin dudar, que las mejores vacaciones que he vivido nunca, y eso que soy una mujer viajada.
Aquellos días, la única preocupación era disfrutar y mis padres no pusieron reparo alguno, así que el mismo día de llegada nos dispusimos a conocer la zona y a planificar todo lo que había por hacer. Y así pasamos los días entre ver el arte de Antonio Ordoñez en la plaza de toros, comer en el Restaurante Casa Eladio o ir a ver la película de moda en una de las 7 salas de cine que existían en la ciudad con nuestro cartucho de altramuces y, por supuesto, bañarnos en el mar. Disfrutar de la playa, de los paseos y de comer el pescado más fresco que nunca podáis imaginar.
Y así transcurrieron nuestros días en la Costa del Sol donde tuve la fortuna de que mi madre se encontrara con una prima suya. No puedo asegurar si aquello fue un encuentro casual o mi madre lo tenía todo bien organizado, pero acabando nuestra estancia en Marbella, la prima de mi madre me ofreció un trabajo cuidando los niños de una conocida suya. Tenía solo 14 años, pero como dijo mi difunta madre, ya era una mocita para poder trabajar e iba a estar en las buenas manos de su prima.
Quizás mi familia pensó que aquello era un castigo, pero yo no dudé un segundo. Y, aunque pensaban que querría volver a por mis cosas y bajar en unas semanas de nuevo, yo ni siquiera necesité volver a Segovia para recoger nada porque, con las pesetillas que iría ganando con el trabajo que me ofrecían, comenzaría una vida nueva en la ciudad que me había cautivado desde el primer momento.
Y ese agosto de 1964 comenzó mi nueva vida. Mis padres y hermano volvieron al otoño de Segovia, mientras yo viviría en un eterno verano. Supe entonces que volvería a Segovia solo de vacaciones.
No puedo decir la típica frase de aquel fue el verano de mi vida, sino que mi vida fue un verano que ha durado 55 años y que espero duren algunos más. A pesar de la poca libertad que tenía, porque estaba bien controlada, sí que conseguí ver algunas de las representaciones clásicas de Ángeles Rubio-Argüelles en el teatro Romano, una ópera de Alfredo Kraus en el Cervantes o ver un espectáculo flamenco en El Jaleo de Torremolinos. Gracias todo ello a que mi primo segundo le gustaba salir, y yo, siempre que podía y él me permitía, le acompañaba. En mi Marbella querida, no llegué a codearme con Grace Kelly u Orson Welles, aunque poco me faltó, pero si fui testigo de los primeros destapes en la Venus y de algún que otro guateque de la jet marbellí.
Me divertí pero trabajé duro, todas las horas del día y, con mucho esfuerzo, y la ayuda de la señora de la casa, convertí el cuidado de sus hijos en la atención de los hijos de sus amigas y, en poco más de dos años, había conseguido fundar la Guardería Los Naranjos en la que los hijos de las señoras de la alta sociedad marbellí jugaban, aprendían y cantaban al son de las canciones de Los Payasos de la Tele o aprendían a leer con las obras de Gloria Fuertes.
Mi pasión por enseñar me llevó a estudiar, a formarme para que los niños que venían a mi guardería recibieran lo mejor y así transcurrían los meses con caminatas por la orilla de la playa Venus y las tardes de paseos en la Alameda, siempre con un libro en la mano donde leía, estudiaba y aprendía a educar, formar en valores de responsabilidad y respeto. Nunca imaginé lo que la vida me esperaba. Lo que comenzó como una aventura de verano en la ciudad de mis sueños pasó a ser un proyecto de vida que, dieciocho años después, me llevaría a fundar el Colegio Alborán.
En la Marbella de los 60 conocí a mi marido, me casé en la Iglesia de la Encarnación, recién llegado Don Francisco Echamendi a Marbella, y en la arena de sus playas, espigones y puertos corrieron mis hijos hasta que se hicieron mayores.
Ahora desde mi vejez y jubilación solo me puedo alegrar de todo lo que me dio esta ciudad, siendo la avenida Carmen Duque el mayor de los regalos que he recibido. Si pudiera volver atrás en el tiempo repetiría cada uno de los pasos que di hasta llegar aquí, a «la ciudad donde la tierra es aún más bella que el mar«.